El voleibol. Deporte solidario por excelencia. Los equipos celebran
cada punto ganado como una conquista sindical y los tantos en contra
espolean una enmienda común e instantánea. Excepto a la figura abnegada
del líbero, la rotación reglamentaria exige a todos los jugadores una
vocación renacentista: hay especialistas en un arte pero todos deben
ejercitar otras disciplinas, otros lances del juego. El voleibol no
admite especulaciones ni de resultado ni de tiempo. La defensa y el
ataque son conceptos siameses. La sincronía entre colocador y atacante
es como un acto reflejo y recíproco entre gemelos.
El retrato de Gilberto Amauri Godoy Filho, Giba (Londrina,
estado de Paraná, 23/12/1976) encaja como un guante en esta descripción.
En los pasados Juegos Olímpicos, el voleibol se despidió de uno de los
mejores jugadores de la historia. Giba ha colgado su camiseta número 7
de Brasil, un icono de la hegemonía de este país en el último decenio.
La liga argentina es el nuevo destino del tricampeón del mundo, triple
medallista olímpico y ocho veces campeón de la Liga Mundial. Su balance
con la selección es apabullante: desde 1995 participó en 51 torneos
internacionales y en 32 fue campeón. Jugó 417 partidos y consiguió 350
victorias.
En el Earls Court de Londres, el capitán de Brasil recuperó, a modo
de amuleto, su bigote de estilo mexicano. Imaginarle con sombrero
tropical y cigarro sugiere un potentado de latifundio cafetero. Y como
el personaje interpretado por Charlton Heston, Giba venció también a su
propia marabunta. A los seis meses de nacer le diagnosticaron una
leucemia. Gracias a un tratamiento intensivo a base de fármacos y
transfusiones de sangre, el bebé sanó al cabo de un año. Hasta los siete
tuvo que someterse a revisiones periódicas para descartar una
regresión.
Giba creció en una familia de clase media. El padre trabajaba en una
empresa de fertilizantes y, en su tiempo de ocio, jugaba en un equipo de
fútbol sala. Intentó inculcarle al hijo esta afición. Pero, después de
los partidos, el niño miraba a su padre y veía las marcas de los golpes.
Cuenta que de ahí proviene su desapego a los deportes de contacto. Así
que, tras probar suerte en el fútbol y el baloncesto, se pasó a la
natación y luego al tenis… Prácticas individuales que no le motivaron.
Se puede decir que abrazó el voleibol por descarte. Y, para gloria de
este deporte, ya no lo soltó.
Aprendió pronto la cultura del esfuerzo. Se levantaba cada día a las
cuatro y media de la mañana para ayudar a su madre en la panadería.
Cogía la bicicleta y hacía repartos por el barrio. A las siete se ponía
la mochila y emprendía el camino del colegio. Cuando terminaba su
jornada escolar volvía otra vez al calor del horno. Esperaba ansioso el
fin de sus obligaciones para ir a jugar a voleibol en el Canadá Country
Club de su localidad natal, Londrina. Tenía diez años de edad.
Una
tarde más su madre estaba cerrando el establecimiento. Muchacho
inquieto, Giba, en vez de esperarla en el coche, trepó a un árbol con la
desgracia de caer sobre un enrejado. Se desgarró todo el antebrazo
izquierdo. Su madre pudo contener la hemorragia hasta trasladarlo al
hospital. Tuvieron que aplicarle más de cien puntos de sutura. Hacía
escasos meses que había empezado a practicar el voleibol. Estaría un año
sin poder tocar un balón.
Otro episodio perturbó su infancia: la separación de sus padres. Giba
se mudó con su madre y su hermana a Curitiba, la capital del estado.
Hasta entonces, el voleibol parecía haberle sido esquivo. Sin embargo,
su nuevo domicilio estaba próximo a las instalaciones del Círculo
Militar de Paraná. Cada vez que podía, Giba se acercaba a ver los
entrenamientos de voleibol. La madre porfiaba con él para que se
centrara en los estudios y asegurase un futuro laboral. De hecho, le
ilusionaba ser veterinario. Pero su pasión era el voley. Llegó a un
acuerdo con ella: completaría el bachillerato y si en dos años no
destacaba en el deporte, abandonaría para ir a la universidad.
Corría la temporada 1991/92. Sus inicios en el Círculo Militar fueron
complicados. Su talento estaba condicionado por su baja estatura para
el puesto de atacante. De entrada, su rol en el equipo era el de primer
reserva. Paulatinamente fue ganando minutos en pista e influencia en los
partidos. En el verano de 1993 hizo una prueba con el Esporte Clube
Banespa. Con una cantera prolija, el equipo paulista era el dominador
del voleibol sudamericano en el último lustro. Fue descartado. Giba
estaba en una encrucijada decisiva.
Su última oportunidad para labrarse una carrera profesional era la
convocatoria para el Mundial cadete de Turquía. A fe que lo consiguió:
Brasil salió campeón y Giba fue elegido mejor jugador del torneo. Esa
temporada, la 1993/94, hizo su debut en la liga nacional con el
Curitibano. Cuando el calendario se lo permitía, también jugaba al voley
playa, hasta el punto de que a mitad de temporada estuvo tentado de
dedicarse en exclusiva a esta modalidad. Sol, diversión, chicas… Una
distracción casi natural para un brasileño de 17 años. Su entrenador en
el Curitibano, Emilio Trautman, recondujo su trayectoria y, como
reconoce Giba, fue quien verdaderamente le forjó como voleibolista.
El prometedor Giba ratificó su enorme proyección tras ser reclamado
por el seleccionador absoluto, Zé Roberto Guimaraes. Debutó en el torneo
conmemorativo del centenario del nacimiento del voleibol. Fue en
Atlanta, un 15 de agosto de 1995. Aquel mismo año logró su primer título
con la selección, el Campeonato Sudamericano. El curso 1995/96 supuso
un salto notable de calidad en el juego de Giba. Su nuevo equipo, el
Chapecó de Sao Caetano, acabó cuarto la liga a pesar del impago parcial
de los salarios.
En los años posteriores, Giba consolidó su presencia con la selección
absoluta. Además de la Liga Mundial –torneo de periodicidad anual
creado por la FIVB en 1990–, sus dos primeros escaparates
internacionales fueron el Mundial de Japón’98 y los Juegos Olímpicos de
Sidney’00. Su peso en el equipo estaba aún matizado por la jerarquía de
los héroes de Barcelona’92, primer gran triunfo de la historia del
voleibol brasileño: Tande, Negrao, Giovane, Carlao, Douglas o el
colocador Mauricio Lima. Los tres últimos fueron compañeros suyos en el
Minas de Belo Horizonte, campeón de la Superliga en las temporadas
1999/00 y 2000/01.
Las mayores conquistas de Brasil habían sido sendas platas en el
Mundial de Argentina’82 y en los Juegos de Los Angeles’84. En 1992, el
éxito inesperado de aquella generación supuso el despegue del voleibol
como segundo deporte más popular en Brasil. El espejo donde se miraron
muchos jóvenes, entre ellos, Giba. Lejos de cualquier deriva
egocéntrica, la estrella emergente del voley esperó pacientemente su
oportunidad mientras absorbía toda la experiencia de los veteranos.
Sumida en una vía muerta tras un decepcionante sexto puesto en Sidney,
un año después la Confederación Brasileña de Voleibol (CBV) entregó las
riendas de la seleçao masculina a Bernardinho Rezende (Río de
Janeiro, 25/8/1959). Este ex jugador –plata en Los Ángeles– había
llevado al combinado femenino al bronce en los dos últimos torneos
olímpicos. Su carisma, disciplina y audacia táctica inauguraron un ciclo
histórico de resultados y de juego espectacular, del que Giba ha sido
santo y seña.
Giba es un atacante-receptor, la función más completa en el sexteto
del voleibol. En fase defensiva, cuando el rival tiene el servicio o
construye un ataque, es uno de los jugadores que se sitúa en la línea de
zagueros para recibir el balón, generalmente, en la zona 5 (ver
siguiente recreación). Así pues, tiene la responsabilidad de ejecutar el
primer toque. No sólo ha de amortiguar y salvar la bola; también ha de
orientarla para que el colocador la reciba en las mejores condiciones y,
con el segundo toque, la distribuya a los atacantes. Ésta es la segunda
atribución de Giba, la fase ofensiva, el remate. En su caso, las zonas
preferentes son la 4 y la 6.
La faceta de atacante-receptor adquiere aún más complejidad. Cuando
por rotación es uno de los tres delanteros –dentro del área frontal,
delimitado por una línea separada tres metros de la red, son los únicos
jugadores habilitados para rematar por encima de la malla y completar un
bloqueo– también es requerido para ayudar a taponar el ataque
contrario. El de Giba es además uno de los roles con mayor exigencia
física y mental. Conscientes de su peligro, los rivales suelen cargar el
saque en su zona de recepción. Servicios potentísimos que en manos de
un especialista pueden alcanzar los 120 km/h. El objetivo, además de
desgastarle, es dificultar su puesta en acción en ataque después de que
haya pasado el balón al colocador.
Es por ello por lo que el despliegue de Giba debería ser lección obligatoria en la formación de base. Desde el principio de la Era Bernardinho fue
pieza clave en el sistema de ataque de Brasil, que tiene como divisas
la variedad de combinaciones, la versatilidad de los jugadores y la
celeridad de ejecución. Tres virtudes pueden resumir a Giba: lectura
sagaz del juego, velocidad y timing. Gracias a la complicidad de sus compañeros, la consecuencia es una emboscada perfecta, azote de las defensas contrarias.
Su gran rapidez de movimientos a la salida de la recepción en busca
de la zona de ataque –un tren inferior curtido en sus días de voley
playa– es una de sus mejores características. Un ojo puesto en el
colocador y otro en la disposición del bloqueo oponente. La técnica de
remate es simplemente excelsa. Primero, un sentido espacial calculado en
los pasos de aproximación al punto de salto, siempre con la referencia
de la velocidad y altura del balón. Luego, una batida explosiva,
fundamental en un jugador de estatura limitada (1’92 m y 85 kg) para la
antropometría de los atacantes contemporáneos –en Rusia, la campeona
olímpica, sólo el líbero es más bajo que él (1’88 m)–. Según los datos
de la FIVB, la potencia de salto de Giba le permite una elevación de
3’25 m tras impulso en carrera, mientras que el salto para bloqueo es de
3’12 m. Cabe recordar que la altura de la red para los hombres es de
2’43 m.
En el tiempo de la suspensión, Giba es un hábil depredador.
Inteligente e instintivo a la vez para descifrar en décimas de segundo
las intenciones de los bloqueadores y procurar la elección del golpeo
certero. Sus porcentajes de efectividad así lo acreditan. Es un
finalizador espléndido con un mágico control de muñeca, unas veces, para
sortear el muro y encontrar el lado débil de la cobertura, otras, para
forzar el error del bloqueo con un rebote fuera de los límites de la
cancha. Es obvio que sin el concurso de un buen colocador la figura del
rematador está lastrada. Y Giba ha tenido en Ricardo García el socio
ideal, el constructor diligente de la arquitectura ofensiva de
Bernardinho hasta que el seleccionador le apartó del equipo en 2007 por
unas graves desavenencias nunca esclarecidas. Ricardinho, socio y amigo
fraternal, porque ambos se conocen desde su época de cadetes.
La etapa de Bernardinho Rezende arrancó con el segundo título de la
Liga Mundial para Brasil. Hasta entonces, Italia era el equipo que
marcaba el paso del voleibol internacional. Había ganado los últimos
tres campeonatos del Mundo. Su derrota contundente ante los brasileños
en la final de Katowice (3-0) fue como un traspaso protocolario de
poderes. Giba fue el máximo anotador del partido con 18 puntos. Los
mismos que consiguió en la final del Mundial de Argentina’02 ante Rusia
(3-2), con un 57 % de efectividad en el remate. Diez años después de
Barcelona, Brasil volvía a alcanzar la cima del voleibol masculino pero
esta vez no sería un paso fugaz. Llegaba para quedarse.
Aquel año Giba había vivido su primera temporada en la mejor liga del
mundo, la italiana, tras fichar por el Ferrara. Tuvo una adaptación
difícil en el país de su bisabuelo. Un suceso puso en riesgo su carrera.
El 15 de diciembre de 2002 dio positivo por cannabis en un control
antidopaje. Giba admitió que había consumido marihuana en una fiesta.
Atravesaba un momento personal delicado. Estaba inmerso en un proceso de
separación y se le había detectado un problema de hipertiroidismo. “Siempre
digo que las personas nacen y mueren aprendiendo. Procuré fortalecerme
después de todas las cosas malas que viví. Siempre asumí los errores y
traté de no volver a cometerlos”, confesó a la prensa en aquellas
semanas agrias. Fue sancionado con nueve partidos de suspensión. El
apoyo leal de Bernardinho fue crucial para que Giba encauzara su vida
personal y profesional. El jugador aprovechó aquel triste episodio como
una oportunidad de maduración y crecimiento.
Giba agradeció la confianza con una actuación decisiva en la final de
la Liga Mundial’03 celebrada en Madrid. Brasil perdía por un set a dos
contra Serbia. Suplente desde el inicio, entró en la cuarta manga y
anotó nueve puntos que ayudaron a Brasil a remontar el partido (3-2). El
último tanto fue un remate cruzado que dibujó una diagonal imparable.
Ponía así la rúbrica al tie-break con más puntos de la historia(31-29) en la final de una competición de rango mundial.
Para Giba, Bernardinho es “el mejor psicólogo”, “un gran motivador”. “En
la pista es vehemente y vuelca toda su energía; fuera de ella, es como
un padre para todos. Incluso he visto que da dinero de su bolsillo a las
personas que nos ayudan en las concentraciones”, revela. Una actitud ambivalente que Giba ejemplificaba así en una entrevista reciente: “La familia puede quedarse con nosotros en Saquarema (el centro de entrenamiento de la CBV en Río) y
acompañarnos en los viajes. Ningún entrenador hace eso. Duermo en la
habitación con mi esposa y mis hijos sin restricción alguna”. A cambio, el grado de exigencia es máximo: “Nadie
en el mundo entrena lo que entrenamos nosotros. En los últimos diez
años hemos ganado todo pero las sesiones comienzan siempre a las siete y
cuarto de la mañana. Cinco horas al día. El grupo sabe que es necesario
para seguir ganando”.
Vencer con autoridad. Es lo que hizo Brasil en los Juegos Olímpicos de Atenas’04. El torneo coronó a Giba como MVP,
héroe de una final memorable contra Italia (3-1). Máximo realizador con
20 puntos (15 de remate ganador, dos de bloqueo y tres de saque
directo), exhibió también dos defensas consecutivas,
felinas, casi milagrosas, que siguen en el recuerdo de los aficionados.
Junto con Giba, el opuesto Dante Amaral, el líbero Sergio Dutra, el
central Rodrigo Santana y el colocador Ricardo García –a excepción de un
paréntesis entre 2007 y 2011– son los jugadores que han completado todo
el ciclo de Bernardinho al frente de la verdeamarela hasta Londres’12. El seleccionador ha confirmado que va a seguir hasta Río’16.
Tal como destaca Jorge Barros,
técnico de la CBV, los sucesivos logros de Brasil se han cimentado,
entre otros muchos factores, en la evolución de los sistemas ofensivos.
Sobre todo, dos jugadas en las que Giba fue protagonista. La primera,
denominada con el vocablo inglés pipe.
Es un ataque de zaguero por la zona 6. Comenzó a utilizarse a
principios de los años 80 pero el equipo de Bernardinho lo perfeccionó
con efectos rutilantes. Ahora el rematador acomete el balón
prácticamente en un primer tiempo, es decir, ya ha iniciado la
suspensión en el aire cuando el colocador hace el toque de dedos. El
movimiento se complementa con la aparición de un central que amaga el
golpeo de una posible bola corta para distraer así a los bloqueadores.
En la otra variante de ataque,
el colocador (desde la zona 2 o 3) arma una jugada que consiste en un
pase tenso y rápido hacia la irrupción del rematador por la zona 4,
apurando este el golpe por el extremo de la red para retrasar la
basculación del bloqueo. Más que nunca la compenetración es primordial.
El colocador ha de acomodar la pelota con precisión y el atacante ha de
coordinar un salto óptimo para encontrarla en su punto más alto. La
jugada es idónea para voleibolistas diestros como Giba, al partir desde
el ala izquierda del campo. Este tipo de tácticas compensan con creces
un déficit tradicional de Brasil en el juego de red, dado que la
estatura media del plantel suele ser inferior a bastantes equipos de la
élite, principalmente, los de Europa del Este. No obstante, la última
hornada de internacionales aporta mayor intimidación: Vissotto (2’12 m),
Lucas (2’09 m) y Sidao (2’03 m).
El año 2006 fue apoteósico para Brasil y Giba. Comenzó con una
remontada épica en la final de la Liga Mundial organizada en Moscú,
superando a Francia (3-2). Los galos habían ganado los dos primeros sets
pero sucumbieron al poderío de Giba. El 7 de Brasil convirtió 29
puntos, con una efectividad del 60 %, y fue además el máximo bloqueador
del partido (5). En el Campeonato del Mundo de Japón, Brasil volvió a
hacer historia al encadenar su dominio en tres grandes torneos –entre
JJ. OO. y mundiales–, igualando así las hazañas de la URSS (1978-1982) y
de Estados Unidos (1984-1988). La final ante Polonia fue un trámite
(3-0). Giba recibió de nuevo el aval del MVP a su gran rendimiento (una media de 13 remates ganadores por partido y una efectividad del 58 %).
La temporada 2006/07 fue la última de Giba en la Seria A italiana.
Dos temporadas en el Ferrara y cuatro más en el Cuneo. Sólo un título,
la Copa 2005/06. En la memoria de los tifosi están sus duelos con el central Andrea Giani,
según Giba, el mejor jugador que ha visto nunca. En las seis temporadas
en la Lega y un total de 175 partidos, el brasileño fue el mejor
sumados los remates anotados (2.075 y 50 % de efectividad) y las
recepciones consumadas (2.186). Antes de emprender la aventura rusa,
Giba se estrenó como capitán de la selección brasileña, campeona de los
Juegos Panamericanos de Río’07. En la liga rusa estuvo dos temporadas en
el Iskra Odintsovo –ciudad a 20 km de Moscú–, en las que alcanzó dos
subcampeonatos.
En los Juegos de Pekín’08, el defensor del título topó en la final
con un Estados Unidos inspiradísimo (1-3), en particular, el opuesto
Clayton Stanley (20 puntos). El año siguiente supuso la incorporación de
nuevos valores como el colocador Bruninho –hijo del seleccionador– y
los mencionados Vissotto, Lucas y Sidao. Fue un punto de inflexión para
Giba, quien ya no sería titular. El talentoso Murilo Endres acaparaba la
mayoría del caudal ofensivo. Brasil reafirmó su status ganando
el tercer Mundial consecutivo, Italia’10. Se impuso en la final a Cuba
(3-0). Giba no participó en los partidos decisivos y Murilo le sucedió
como jugador más valioso.
Ante esta tesitura, la conducta del capitán Giba revela un modo ejemplar de entender el deporte y la convivencia de un grupo: “Pasé
mi vida ayudando dentro de la pista. Si ahora mi función es hacerlo
desde fuera, haré lo mejor para el equipo. La vanidad no existe. Aprendí
de los campeones del 92 e intento transmitir ese bagaje. Es genial ver
crecer a Murilo y convertirse en el mejor del mundo. Quizás yo soy el
capitán del equipo pero él es el capitán de la nueva generación de
jugadores ”. Sus compañeros –que le apodan workboy por su
hiperactividad– respetan su ascendencia y tutela. Se las ganó a pulso
con gestos como la donación a todos ellos de la mitad de su premio como MVP del Mundial’06, una decisión que, desde entonces, se adoptó como costumbre. “Giba es un chico de oro con un corazón inmenso”, ha dicho de él Bernardinho. “Es
nuestro líder anímico, dueño de una energía que contagia. Dentro de 30
años, cuando me acuerde de él, será mucho más por su generosidad que por
el genio del voley que indudablemente es”, reflexiona.
En el verano de 2009 varias estrellas de la canarinha retornaron
a la Superliga brasileña. Giba recaló en el Pinheiros y luego en el
Cimed. El año pasado decidió que Londres’2012 sería su última
competición con Brasil. Sin embargo, una fractura por estrés en la tibia
izquierda amenazó seriamente su despedida. Con 35 años, era la primera
vez en su carrera que debía pasar por el quirófano. Fue intervenido en
febrero y el 16 de junio ya era titular en el Finlandia-Brasil de la
Liga Mundial. Anotó 6 puntos. “Con Giba, todo es posible”, declaró a la prensa el médico de la selección, el Dr. Ney Pecegueiro. “Suelo decir que no parece de este mundo”, concluyó lacónicamente.
Es cierto que Giba volvió a tener un papel testimonial en Londres.
Jugó cuatro de los ocho partidos y sumó sus últimos diez tantos con la
selección. Pero resultó aleccionador verle en los tiempos muertos
aconsejando y animando a sus compañeros, o siempre intenso en la zona de
calentamiento, presto para jugar. La plata fue un duro revés para
Brasil, que desperdició dos bolas de partido en el tercer set. Giba
entró por Dante en la siguiente manga pero no pudo ser revulsivo.
Tampoco Murilo, elegido MVP del
torneo. Rusia tuvo en el gigante Dmitriy Muserskiy (2’18 m y 104 kg,
con una elevación en remate de ¡3’75 m!) un martillo pilón (31 puntos),
tras ser reconvertido sobre la marcha de la posición de central a la de
opuesto. Es la magia del voleibol. La final de Londres es uno de los
partidos más vibrantes de la historia de este deporte.
Giba y su familia acaban de empezar una nueva vida en Argentina. Ha
firmado un contrato por dos temporadas con el Drean Bolívar, propiedad
del empresario y showman Marcelo Tinelli, que el día de su presentación exclamó: “¡Es como ver a Messi con la camiseta de San Lorenzo!”. Campeón sudamericano en el 2010, el club ha apostado por un proyecto ambicioso en el décimo aniversario de su fundación.
Una vez que culmine su retirada, Giba ha descartado dedicarse a
labores técnicas. Su interés está en los despachos. Está cursando
estudios de gestión y márketing deportivo. Además, junto con el ídolo
del voley playa Emanuel Rego, auspicia una escuela municipal de voleibol
en Curitiba que forma a 600 alumnos y tiene en proyecto nuevos centros.
“¿Y dedicarse profesionalmente al voley playa?”, le preguntó hace poco un periodista. “Nunca.
La playa es sólo para vivir cerca y disfrutarla. Estoy acostumbrado al
blanco de los pabellones, no al bronceado de la arena”, respondió Giba con una sonrisa.
* Gustavo da Silva es periodista. En Twitter: @dasilvagus
No hay comentarios :
Publicar un comentario